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  1. LA FORMULA 1 QUE NO VEMOS

    10 diciembre 2015



    Hace poco escribía un texto de agradecimiento a los años de retransmisión en abierto que desde 2004 nos ha brindado Telecinco primero, luego La Sexta y para finalizar Antena 3.

    Y agradecía por tantos años de dedicación a una serie de profesionales que han estado dando la cara desde entonces, al pie del cañón en cada Gran Premio desde los libres del viernes hasta el podio del domingo.

    Sin embargo, me olvidé de lo más importante, de los que no vemos. Esas personas invisibles que nunca salen delante de una cámara porque su verdadera labor está detrás de ellas, y que sin ellas ningún programa llegaría a nuestras televisiones.

    Montar la retransmisión de un Gran Premio tal y como lo vemos es muy sencillo. Llegas, montas los equipos en la cabina de retransmisión, pones al personal en el paddock con una cámara y un micrófono y listo, a emitir. Nada más lejos de la realidad. Lo que vemos es insignificante con lo que no se ve.

    La realización de un Gran Premio empieza con una reunión, donde se eligen los temas a tratar y a partir de ahí se elabora un guión para luego formar lo que en el argot se conoce como escaleta. La escaleta es una “escala de tiempo” de un programa, así se asegura cuadrar los temas con el tiempo de emisión. EN diferido es más fácil de hacer puesto que puedes editar y cortar partes para ajustarlas, en directo tienes que ceñirte estrictamente a un guión para poder ajustarse al tiempo de emisión, pero cuando se trata de montar un programa en directo con vídeos pregrabados la cosa se complica; el tiempo ha de coincidir a la perfección, no puede haber fallos. En los tiempos de actividad en la pista es más sencillo puesto que el directo es más fácil de llevar en función de cómo se desarrollen los acontecimientos de cada sesión. Pero durante los previos hay que llegar justo a la hora. La Fórmula 1 no espera a ninguna cadena, a la hora de empezar se empieza y punto, y el que no esté se lo pierde.

    Volvemos a la reunión donde ya están los temas decididos y hay que ponerse a trabajar, normalmente es lunes y comienza una carrera, una carrera para llegar a tiempo a la carrera del domingo.

    No hay tiempo que perder, cada uno se pone a trabajar y preparar el viaje, que para algunos será físicamente y para otros será vía satélite estableciendo la conexión con la parte del equipo que se desplaza al circuito.

    Los que se quedan tienen que montar el previo, las entradillas, los vídeos… Los que se van empiezan su periplo por aeropuertos y hoteles hasta llegar al punto de destino.

    Cuando se llega al circuito un miércoles todo es un caos, hay un lío tremendo, pero todo está organizado a la perfección, porque nada puede fallar. Allí se empiezan a concretar las entrevistas con pilotos y personal de los equipos, trabajo que no es nada fácil, no llegas y haces la entrevista; el jefe de prensa te da una cita atendiendo a la agenda. Si os habéis fijado, muchas veces cortan el directo para meter la entrevista porque “es la hora” y no esperan a nadie.

    Hay que hablar con la FOM, hay que comprar los vídeos que se van a usar durante el previo. En Fórmula 1 todo se traduce en una palabra, dinero. Porque la FOM no cobra a todos por igual, las cadenas recién llegadas normalmente pagan más que las que llevan años retransmitiendo carreras. Y ya, con todo el material audiovisual encima de la mesa la parte del equipo que se quedó en tierra trabaja a un ritmo frenético, hay que diseñar cabeceras, grabar audios, montar vídeos, cortar, editar, volver a grabar… Y así hasta que todos los vídeos que serán insertados en el previo quedan montados a la espera de la emisión para insertarlos en el momento oportuno.

    Hay entrevistas que, por falta de tiempo y por la comprometida agenda de los pilotos, son grabadas y luego emitidas.

    Jueves noche y la cabina está ya montada de cara a la recta de meta, todo el equipo está montado y probado, todas las pantalla reciben la señal de la FOM (Formula One Management) y la señal desde España. Se prueba el audio y el retorno para que nada pueda fallar. Los que se sientan en cabina ahora escucharán el sonido en directo y una vocecilla que les susurra al oído que viene a continuación, que reportero entra a continuación y con tal o cual piloto.

    Llegó el viernes, se ultiman los detalles y se prueban de nuevo todos los sistemas para estar, una vez más, seguros de que nada puede fallar.

    Y viernes y sábado se emiten unas nueve horas entre libres 1, libres 2, libres 2, previo de clasificación y clasificación. Así dicho suena fácil, pero teniendo en cuenta lo que hay por delante os aseguro que a los libres 1 ya llegas con cansancio acumulado como para regresar y ver la carrera en el sofá de tu casa. El sábado, tras recoger después de la clasificación el agotamiento ya empieza a hacer mella en el rostro de muchos. Porque aunque la actividad en pista se acabe el trabajo no termina, hay que escribir, hay que atender a los medios españoles, hay que pasar largos ratos al teléfono y luego está la familia, a la que normalmente dejas para el final, para que te deje un dulce sabor de boca antes de ir a descansar.

    El plato fuerte llega el domingo, con el previo y la carrera. En el previo hay que trabajar más que nunca en conjunto entre el equipo que está en el circuito y el equipo que está en la cadena para calzarlo todo sin errores, para que no se nota nada en absoluto, y así finalizado el previo con sus vídeos, sus entrevistas comienza la carrera. Desde la cabina sólo ves la recta de meta así que no queda más remedio que apoyarse en los monitores de señal de la FOM y el famoso Live Timming que ofrece en directo los tiempos de cada piloto en cada sector, el tipo de compuesto que están usando y las vueltas que lleva cada uno, la velocidad que han marcado en el paso por la Speed Trap (trampa de velocidad), la posición en pista de cada piloto… una cantidad de datos impresionante que manejar en un directo.

    Los que de una forma u otra hemos pasado algún tiempo detrás de un micrófono sabemos lo complicado y difícil que es montar un programa, porque no es llegar y hablar, hay un trabajo encomiable detrás de las cámaras y los micrófonos dignos de agradecer y de ser reconocidos por todos nosotros. Porque como he escrito al principio sin esas personas que no vemos, sin el que tira los cables, sin el que monta un decorado, sin el que pincha una cámara en realización, sin el intérprete que traduce las entrevistas… todo eso que vemos de viernes a domingo sería imposible de emitir.

    A todos ellos, a los que no vemos, a los que trabajan duramente para que nada falle va dedicado este texto, y a todos ellos los menciono a continuación. Los nombres que vienen a continuación son todo el equipo técnico que ha finalizado las emisiones de los Grandes Premios de Fórmula 1 en Antena 3, en la lista están los que salen delante de la cámara y los que no vemos nunca, a todos ellos gracias, pero muy especialmente a los que nunca hemos visto, porque sin ellos no hubiéramos visto nada.



    ANTONIO LOBATO - DIRECTOR

    MIGUEL ANGEL COBOS - PRODUCTOR JEFE

    ÓSCAR DEL CASTILLO - JEFE DE REDACCION

    MANUEL CASAIS - REALIZADOR

    JULIO MORALES - SUBDIRECTOR

    JACOBO VEGA - REPORTERO

    CRISTOBAL ROSALENY - COMENTARISTA

    PEDRO MARTINEZ DE LA ROSA - ESPECIALISTA F1

    LUCÍA VILLALÓN - REPORTERA 

    ELISABET ESTRELLA - REDACTORA
    JESUS BALLESTEROS - POSPRODUCTOR

    LUIS MIGUEL HERNÁNDEZ - POSPRODUCTOR

    ALBERTO MONTOYA -REDACTOR

    DAVID CASTILLO - AYUDANTE DE REALIZACIÓN

    FRANCISCO GOMEZ - AYUDANTE DE REALIZACIÓN

    JORGE DE LA HIGUERA -AYUDANTE DE REALIZACIÓN

    GORKA GARRIDO -AYUDANTE DE REALIZACIÓN

    LUIS ALONSO -DOCUMENTALISTA

    ALVARO GARCÍA -OPERADOR DE CÁMARA

    MARCELO GUTIÉRREZ - OPERADOR DE CÁMARA

    FRANCISCO IZPIZUA - OPERADOR DE CÁMARA

    ARTURO DURÁN - INTÉRPRETE

    JUAN MANUEL FERNÁNDEZ - PRODUCTOR

    PEDRO LLAMAS - PRODUCTOR

    ISRAEL ALEJANDRE -REDACTOR

    RAUL ROJO -REDACTOR

    GABRIEL DE LAS HERAS GRAFISTA

    ALEJANDRO SANCHEZ – GRAFISTA

    FOTO CORTESÍA DE ANTENA 3



  2. Mi padre es de Boiro, un bonito pueblo costero de La Coruña con los típicos y tópicos del norte. Con sus gélidas playas, sus bateas para la cría de mejillones, sus bosques de pinos llenos de helechos y su montaña al fondo, en el horizonte, la Sierra de Barbanza.

    De pequeño nuestro lugar de vacaciones era este pueblo, en verano íbamos allí la mitad de las vacaciones de mi padre a la casa de mis abuelos. Boiro estaba dividido en dos partes, Boiro de Abajo donde estaba el pueblo en sí y Boiro de Arriba que es un diseminado de casas un poco retirado del pueblo que, como su nombre indica estaba en la parte más alta. Precisamente por estar retirado gozaba de unas preciosas vistas ya que desde la casa de mis abuelos se podía ver tanto la Ria de Arosa como la Sierra de Barbanza.

    La casa de mis abuelos era muy pequeña, era de madera y sólo tenía dos habitaciones y el hogar. No tenía ni aseo, había que salir al gallinero a aliviar las necesidades. Detrás del gallinero estaba el lagar donde se hacía el vino, mis abuelos tenían tierras de labranza llenas de vides y una prensa donde la uva se pisaba a la más antigua de las usanzas.

    De día todo estaba bien, la calor no agobiaba y el paisaje era estupendo. Mi problema era por las noches cuando la oscuridad se adueñaba del lugar. Recuerdo como la raposa aullaba por las noches muy cerca de la casa, tan cerca que había noches en las que el sueño vencía al miedo a altas horas de la madrugada. Lo peor era cuando mi abuelo me contaba historias de lobos que aún habitaban la sierra que se veía desde la casa. Lobos que una noche entraron y mataron a Morito, un pequeño perro que dormía bajo la entrada.

    Por si fuera poco más de una noche, en el silencio, se podían escuchar los aullidos de los lobos en manada por la sierra, y siempre, siempre, mis abuelos mandaban guardar silencio para escucharlos mejor. Silencio que a mí me aterraba pues recordando las historias que me contaban lo que menos quería yo escuchar era a los lobos campando a sus anchas.

    Las noches de verano eran muy tranquilas y estábamos hasta bien entrada la noche sentados al fresco, que allí era frío del bueno, mirando las luciérnagas y de fondo el oscuro camino que dirigía al pueblo.

    Ese camino era precioso de día ya que estaba lleno de zarzas donde se podían recoger moras y daba paso a las tierras de labranza y llevaba a un inmenso bosque de pinos donde los helechos me sacaban por entonces un palmo de altura y además había un pequeño riachuelo que siempre tenía cucharillas, lo que conocemos por renacuajos. La de tiempo que perdimos metiendo en botes de cristal los renacuajos para llevarlos a casa. En el final del camino justo donde empezaban los pinos construyeron un depósito de aguas, si ya daba miedo el camino de noche aquella estructura de hormigón en todo lo alto hacía que el medio se acentuara. De noche jugábamos a subir al depósito y traernos algo de allí arriba que demostrara nuestra valentía, la de carreras que me di yo camino arriba y camino abajo dándome patadas en el culo por no dejar mi hombría en entredicho.

    Con el tiempo el panorama cambió y mi tío Leopoldo se casó e hizo una casa grande junto a la casa de mis abuelos, la cosa ya cambió, las raposas seguían haciendo ruido por las noches pero allí ya no podían entrar, aquello era seguro, era como una fortaleza donde podías dormir tranquilo y seguro. Y además tenía aseos, así no tenías que salir al gallinero a aliviarte o aguantarte las ganas con las piernas apretadas hasta que amaneciera.
    De la casa de mi tío recuerdo cuando hicieron el pozo, pero hacerlo a maja y martillo, con barrenos de pólvora, nada de máquinas, recuerdo las voces cuando ponían los barrenos:

    - Fuego... fuego... vaaaaa.

    Y luego el retumbar de la dinamita bajo la tierra. La tarde que el jefe dijo que la tierra ya estaba muy húmeda fue una fiesta, el agua llegó al día siguiente, y fue otra fiesta.
    Hablando de fiestas, las fiestas en Boiro son a mediados de Agosto, una feria de día principalmente donde se puede ver como se malla el centeno mientras te cuentan como echaron a los franceses a bases de mallazos -un utensilio que sirve para aporrear el centeno sin piedad para desprenderlo de su cascara- y luego ventearlo para que el grano quede en el suelo mientras el viento se lleva la cáscara. El tiovivo junto a los churros que sirven pinchados en un alambre hace las delicias de todos junto a un camión que agasaja a los visitantes y los invita a mejillones.

    Precisamente fue por culpa de la feria el motivo de vivir una de las noches que más miedo he pasado en mi vida. Se me ocurrió, siendo ya un poco mayor, quedarme por la tarde en la feria y volver yo solito de noche a la casa de mis tíos, siendo mayor y habiendo recorrido varias veces el camino del depósito de agua ¿qué podía pasar?. Nada.

    Aquella noche era noche, pero noche no de las oscuras no, de las negras de las de verdad, de las de meter miedo. Tanto que me dio reparo tener que subir a solas la cuesta que llevaba a la casa. Además, para llegar a la salida del pueblo no tuve mejor ocurrencia que cruzar por la iglesia, que por entonces tenía las tumbas a sus pies, si ya había motivos para tener miedo, súmale el ponerte a pensar en los muertos que allí descansaban... y recordar La Santa Compaña no ayudó a mejorar la situación.

    El camino, por llamarlo de alguna forma, estaba negro como la boca de un lobo, maldita fue la hora que se me ocurrió quedarme yo solo en el pueblo, tentado estuve de volverme a casa de mi prima Pilar y quedarme allí a pasar la noche. Pero no, los había y los tenía que haber. Bueno, había una farola al menos, la que indicaba donde empezaba el camino y donde se terminaba la luz y luego había dos o tres repartidas por la subida para no perder el rumbo.

    Y allí empezó todo. Nada más adentrarme en el camino e iniciar la subida me empezó la inquietud y el mirar a todos los lados y escuchar ruidos. Pero ruidos de verdad, vamos, que en cuanto anduve unos pocos de metros de aquel oscuro callejón comencé a escuchar algo que se movía junto a mí, en el arriate por donde bajaba el agua los días de lluvia había algo moviéndose y haciendo ruido, gruñía. Igual que yo aceleraba el paso hasta la siguiente farola para intentar atisbar que era aquello que me acompañaba en la subida y en los escalofríos. Y llegó la siguiente farola, y al volverme a mirar a ver si adivinaba que bicho del averno estaba junto a mí observe aterrado que unos metros más atrás me seguía una sombra, alta, inmensa, me sacaba así a ojo unos dos metros de altura. ¿Miedo?, ay miedo, lo mío ya era terror. Y quedaba llegar a la tercera y última farola y el bicho del averno a mi lado haciendo ruido entre las zarzas.

    Acelero el paso y dejo atrás a la sombra, y de paso al bicho. Dicho y hecho, cuesta arriba no hacía ni frío, al contrario, el sudor empezaba ya a asomar. Y no era del esfuerzo no, era del miedo. Y conforme apretaba el paso la sombra también apretaba. Yo iba por el margen derecho del camino y la sombra avanzaba vertiginosa por la izquierda. De reojo y cada poco tiempo miraba si seguía tras de mí; no sólo seguía sino que además estaba cada vez más cerca y más grande.

    Por fin se vislumbraba entre la penumbra la luz tenue de la tercera farola, había que andar un poco más rápido, un poco más porque lo siguiente ya era empezar a correr. Y al apretar el paso el ruido entre las zarzas se hizo más fuerte y empezó a gruñir como si se enfadara de perder a la presa que había perseguido desde el inicio del camino en la oscuridad. Y de repente, en el silencio de la noche, en lo más oscuro del camino el silencio se rompió en mil pedazos y a punto estuvo de hacerlo mi corazón cuando la sombra que me perseguía se puso a mi altura y exclamó con voz profunda y aterradora:

    - ¡Toño!

    El corazón a mil por hora y a punto de salirse por la boca, por si fuera poco el susto con el alarido de la sombra en medio de la oscura noche, del oscuro camino, del miedo que yo tenía; el bicho que rugía durante todo el camino salió espantado de entre las zarzas y fue justo entonces, justo entonces cuando sentí eso de "ponerse el pelo de punta" pero del miedo que tenía en aquel momento, el miedo me atenazaba, el bicho corría cuesta arriba y la sombra volvió a repetir "¡Toño!".

    La sombra no era más que el señor José, vecino de mis abuelos que había perdido uno de sus cerdos en la tarde, cerdo que vino todo el camino acompañándome con sus gruñidos, el bicho de averno vamos. El señor José vio como me adentraba en el camino y decidió acompañarme, pero yo iba tan rápido que no pudo darme alcance hasta haber recorrido casi las tres cuartas partes del camino. Al ponerse a mi altura me llamó tal y como lo había hecho hasta entonces. De José Antonio, Antonio; de Antonio, Toño.

    Llegué a casa sudando y con el vello de punta. Aún andaban despiertos esperándome, como sabiendo que algo me iba a pasar. Les conté lo que me había pasad y hubo más fiesta, porque todos se acostaron entre risas gracias al miedo que yo había pasado subiendo por el lúgubre camino que lleva a Boiro de Arriba. De mientras yo escuchaba sus risas desde el baño, que por suerte ya estaba dentro de la casa, de lo contrario hubiese aguantado hasta por la mañana aunque reventara.


    Volví algunos años más a Boiro en fiestas, nunca volví a subir de noche solo por ese camino. 

  3. La Blanca Oscuridad

    06 julio 2015

    Me decía hace un rato un amigo "Pa ti es la vida compadre", y me quedé pensando en la imagen que doy al exterior.

    Imagen de un tío que va sonriente por la vida, con mis locuras, con mis payasadas, con mi frases de buenos días cada mañana. Pero no es oro todo lo que reluce, ¿pensáis que mi vida es toda de color de rosa? Nada más lejos de la realidad.

    Todo esto tuvo un punto de inflexión, un momento de cambio. Hace ahora casi un año, concretamente el 19 de Julio, aconteció en mi vida el punto y final a un momento amargo que duró casi tres meses. Algo que me hizo recapacitar sobre que hacía, como iba por el mundo y que debía cambiar.

    Es complicado de explicar en unas pocas líneas, pero para que os hagáis una idea yo iba diciendo a la gente mis penas, mis problemas... y no. La gente no quiere escuchar nuestros lamentos, bastante tienen ya con los suyos como para encima ir escuchando sin pedirlo los ajenos. Cada uno tiene sus propios problemas y los sobrelleva como buenamente puede y le dejan.

    Amargamente me tocó aprender el significado de una expresión que no entendía "ser patético". Si, eso de ir contando los problemas e ir dando pena por la vida. Un grupo de gente se percató de ello, y de otras cosas, y me lo plantaron en la cara. Pero cuando estás ciego ves poco más allá de tus narices, y yo no supe verlo hasta pasado un buen tiempo.

    No les doy la razón a ese grupo de gente, porque las formas no me parecieron del todo correctas, ya que fui el punto de mira y objeto de risas de mucha gente.

    Sin embargo, comprendí que el problema venía desde dentro y había que hacer algo y cambiar. Y me aislé para reflexionar dejando de lado algunas cosas que hasta entonces hacía para poder pensar con más claridad. Mi querida radio, cuanto la echo de menos.

    Se acabó, lo entendí, no hay que ir por la vida dando pena. Hay que ir dando alegrías, que bastantes problemas tiene ya cada uno como para encima tener que cargar con los demás.

    Octubre fue el mes de prueba y Noviembre el mes del proyecto. Acabé para siempre de dejar de plantar mis problemas en la cara de la gente y decidí plantar sonrisas en los rostros grises de los que a diario me rodean, de los que a diario me leen; que no son pocos.

    Y ocurrió, ocurrió que la gente de buenas a primeras empezó a sonreírme más, a darme los buenos días a mí paso y devolverlos con una sonrisa.

    En Navidad, la peor de las épocas en la tienda, andaba yo cabizbajo por tener que estar todo día en la tienda encerrado con mis clientes. Una mañana me encontré con mi amiga Loli y me contó que ellos pasarían las navidades en un hospital en otra ciudad, su sobrino había tenido una recaída fuerte y tenía que tenerlo ingresado hasta pasado Reyes para observarlo. Miserable de mí, quejarme por tener un trabajo al que poder asistir día a día. Miserable de mí, quejarme porque podía ver a mi familia todos los días al salir de trabajar.

    Entendí poco a poco en este tiempo que la gente no busca que le vayas contando tus problemas, que la gente lo que quiere es simplemente ser escuchada con un poco de atención.

    Y te das cuenta que -como dice la fábula "detrás de ti siempre viene alguien aprovechando los despojos que tú vas dejando"- y que la frase "mal de muchos consuelo de tontos" hay que cambiarla por un oído que escuche y un corazón que comprenda.

    Supongo que esto que escribo a la mayoría os sonará a chino, pero a mí me ha servido para recibir más sonrisas, más besos y más abrazos. Traducido es más felicidad recibida y, a la postre, más felicidad devuelta.

    A todos los que habéis contribuido de una forma y otra a que mi oscuridad sea un poco más luminosa, a que mí luz contribuya a iluminar la oscuridad de otros... gracias.

  4. Cuarenta y ocho

    22 junio 2015

    Dicen que cumplir años en inevitable, pero envejecer es opcional.

    Y así me siento hoy, más joven que nunca. No te pesan los años, te pesa la edad mental. A mis cuarenta y ocho años recién cumplidos no me siento para nada viejo o mayor. Al contrario, tengo más ganas que nunca de hacer cosas nuevas, de reinventar, de vivir.

    Quizás por las mañanas cuando me aseo y me veo las canas frente al espejo me invade ese sentimiento, pero no es vejez, es experiencia aprendida de los años pasados. Es tiempo invertido y nunca perdido. Es tiempo que ha pasado y del que puedo presumir de haber vivido.
    Y algunos, mis más allegados, saben que los días no pasan en balde, que cada día cuesta un poco más hacer, pero las ganas superan a los años. 

    El tiempo pasa para todos y para todo. Nos hacemos viejos queramos o no, hay que intentar a toda costa que lo único que se arrugue sea el envoltorio y que lo de dentro permanezca intacto y reluciente. Para que los que se acerquen y sean capaces de llegar al interior descubran que hay una persona jovial y con ganas de vivir.

    Tengo la suerte de haber vivido dos maravillosas épocas en la vida, la era analógica donde lo que había era lo que tenías cerca y la era digital donde las redes sociales y la tecnología nos hacen proyectar nuestras vivencias y pensamientos más allá de nuestras fronteras. Y puedo presumir con orgullo de que, en esos dos mundos, tengo grandes amigos.

    La amistad, valiosa palabra, y más aún el día en que cumples años. Ese día en que se acuerdan de ti y te felicitan. Aunque hay muchos que se quejan de que Facebook es un chivato y que esos que te felicitan por las redes sociales sólo se acuerdan de ti ese día a mí realmente me agrada que se tomen un momento de su tiempo para dedicarme unas palabras.

    Tiempo, valiosa palabra, eso que tanto valoramos y que cada día es un bien más escaso. El tiempo que empleas en dedicar unas palabras a ese que hace mucho que no ves es tiempo invertido en que el felicitado se acuerde te ti al leerte.

    Palabras, valiosas palabras, esas que aún escritas con actitud de compromiso te acarician el alma y te hacen recordar que no estamos solos, que aquí venimos a compartir y a vivir, a llenar espacio y reconfortar.

    Por eso, por los que se acuerdan de uno en este día señalado que te miras al espejo y dices "un año más viejo", agradezco a todos los que a partir de este momento vais a perder un minuto de vuestro tiempo en felicitar al que suscribe estas palabras.

    Antes de que comencéis a felicitarme ya os llevo dos curvas de ventaja y soy yo es os felicito y agradezco por perder un minuto de vuestra vida en felicitar al loco que suscribe estas palabras.

    Así que... GRACIAS de antemano.

    P.D. Sé que lo correcto es agradecer tras recibir las felicitaciones, pero como buen loco que soy me gusta darle las vueltas a las cosas para ver que sucede.


  5. Hijos que tenéis padres

    02 junio 2015



    Iba a empezar a escribir esto con un fandango que dice "¿Que te has creído renacuajo?", pero creo que no es apropiado porque esto no va dirigido precisamente a niños, aunque tampoco va dirigido a adultos. Esto va escrito para vosotros, queridos jóvenes, hijos nuestros, hijos de nuestros dolores y sufrimientos.

    Cada día escucho, leo y vivo situaciones difíciles entre hijos y padres. Hijos que quieren imponer la razón, padres que quieren hacer entender la razón. En ocasiones el momento se vuelve tan tenso que se llega a las palabras en voz alta, y en las peores ocasiones a las palabras malsonantes.

    Dejadme que os diga una cosa, todos los padres hemos pasado por vuestra edad, todos los padres para llegar hasta aquí hemos vivido todo aquello por lo que vosotros estáis pasando, todos los padres hemos sido hijos. Aunque nuestra época quizás fuese mas fácil de vivir porque no había esos cachivaches que ahora se usan como el ordenador, la consola o el teléfono móvil que os mantienen 24 horas al día conectados con el exterior. Quizás, este exceso de conectividad sea el causante de muchas de estas situaciones.

    Porque cuando un padre o una madre se dirige hacía su hijo o su hija lo único que quiere es un poco de atención, cuando os miramos a los ojos sólo queremos que nos miréis; si no es a los ojos, por lo menos a la cara. Normalmente, en la mayoría de las conversaciones entre padres e hijos siempre suena el móvil, esa conversación tan importante que hay que atender sin pérdida de tiempo haciendo pasar la conversación humana a un segundo plano.

    Nos ha tocado vivir a todos una crisis que ha provocado que muchas familias estén atravesando una situación de verdadera dificultad. Aún así, queridos hijos, un padre o una madre siempre renunciará a algo suyo para intentar daros a vosotros, en la medida de lo posible, todo lo que os haga falta. A veces perdemos los nervios y os levantamos la voz, porque ya no nos acordamos que cuando fuimos jóvenes y acabábamos las conversaciones con nuestros padres a voces y a portazos.

    Con cada portazo, con cada voz mas alta de la cuenta a los padres se nos rompen pedacitos de ilusión, y nos quedamos en silencio, frustrados, pensando que algo no hemos hecho bien.

    Ni lo hemos hecho bien, ni lo hemos hecho mal. Simplemente hemos hecho en cada momento aquello que hemos considerado lo correcto para vosotros. Somos conscientes que cuando nos cerramos en nosotros mismos y nos damos la espalda, lejos de arreglarlo lo que hacemos es empeorarlo y alejarnos de vosotros un poco mas.

    Situaciones tensas que si luego las miras con calma son una auténtica tontería. Porque no me negaréis que una discusión por lo que hay para comer después de haber pasado una mañana de infierno en el instituto unos y en la cocina otros es lo mas absurdo que hay en la vida, o por escatimar media hora para llegar a casa a la hora que sea cuando al final hay toda una vida por delante para disfrutar.

    Sin embargo, pensando en la soledad y viajando al pasado, nosotros hemos hecho casi lo mismo que vosotros, ¿renegar de la comida?, no no, para nada. Lo que hicimos y lo que hacéis vosotros ahora es sentirnos el centro del Universo. Nada mas equivocado. Ninguno somos nada y todos somos parte de un todo. Aunque peleemos, aunque discutamos, aunque acabemos a voces... os necesitamos, y vosotros a nosotros también.

    Hijos que tenéis padres, algún día, en medio de una discusión con vuestros hijos os acordaréis de estas palabras y haréis valer aquella frase que dice "cuando seas padre, comerás huevos". Y es que te los comerás, fríos o calientes, crudos o demasiado hechos, porque es lo que hay.

    Hijos que tenéis padres, mañana por la mañana, antes de empezar a hablar con nosotros, respirad hondo, dejad el móvil lejos e iniciad una conversación en tono amable y conciliador.

    Eso si, queridos hijos, nunca os calléis si nos equivocamos. Tenemos mucho que aprender de vosotros.

  6. El callejón del lobo

    25 marzo 2015


    Entre las dos casas mas altas del vencindario transcurría un callejon que comunicaba la carretera con la vía del tren. Siempre estaba lleno de maleza, costaba trabajo atravesarlo de un lado a otro, además durante el invierno estaba húmedo y había barro.

    Era ancho al principio, hasta poco antes de la mitad y luego se estrechaba tanto que no cabían dos personas juntas una al lado de la otra, había que pasar en fila con cuidado de no rozarse con sus mugrientas paredes llenas de musgo y telarañas.

    Los que allí jugábamos le teníamos un gran respeto y siempre preferíamos dar un rodeo antes que tener que atravesar el oscuro callejón aún a las horas de mas claridad del día. Nos contaron que allí pasaba las noches un lobo que andaba suelto por el barrio hace muchos años.

    Pero a los niños siempre les puede mas la curiosidad que la cobardía y un día decidimos atravesarlos todos juntos. Durante días trazamos un plan para poder llevar a cabo la travesía y hacer frente al lobo en el caso que estuviera allí.

    Porque como niños que éramos, éramos valientes y decidimos que los mejor era atravesarlo de noche y así poder encontrar al lobo y con suerte matarlo y así ser la envidia y la admiración de todos los mayores.

    Armados con linternas, palos y dos carabinas de aire comprimido (escopetas de plomos) fijamos la fecha para el asalto con mas miedo que ganas, pero ya no había marcha atrás. El día elegido nos vestimos todos con ropa oscura para pasar desapercibidos entre las sombras. La estrategia de la guerra nocturna era que nuestro enemigo -el lobo- no nos descubriera. Aquí surgió la primera gran duda, de noche el enemigo no puede vernos, pero de noche nosotros tampoco podíamos ver al enemigo.

    Con el "canguelo" en el cuerpo llegó la noche y nos reunimos bien alejados del callejón para ir acercándonos poco a poco. La negra noche, sin luna, una noche de primavera donde el calor ya empezaba a notarse.

    No había marcha atrás, éramos hombres y como hombres teníamos que enfretarnos a nuestro destino.

    Sobre las once de la noche un grupo de sombras armadas iban acercándose sigilosamente a la entrada del callejón, despacio, sin prisas, con ganas de llegar pero con ganas de que no llegase. Aquella noche el callejón estaba mas oscuro que nunca, no recuerdo haberlo visto nunca tan negro, como el carbón, no se veía el otro lado.

    Los primeros elegidos tenían que avanzar unos metros, justo hasta donde se estrechaba y desde allí hacer señales con las linternas para que el resto del grupo avanzará hasta su posición. Era muy importante esa avanzadilla, no queríamos bajas en el caso de encontrarnos al lobo.

    Pepe Luis y Antonio "El Toti" empezaron la incursión de mientras los demás nos quedamos a ambos lados de la entrada, aguantando el miedo y con los dientes apretados.

    La avanzadilla había recorrido unos metros cuando de pronto se escuchó un estruendo que rompió el silencio en mil pedazos. Pepe pisó un trozo de uralita que cedió ante su peso, tras el chasquido la voz grave de Toti: "Pepe, eres tonto, no se puede hacer nada contigo, siempre igual".

    Y Pepe se enfadó y salió diciendo que no entraba con Toti. Empezamos a discutir entre nosotros, Pepe Luis estaba fuera, Toti estaba dentro esperando. No había tiempo, mandé callar a todos, y cogiendo la linterna de Pepe Luis avanzé hasta donde estaba Toti. Aquello era horrible, tres metros entre la maleza con un olor insoportable y cada vez mas estrecho.

    Antonio y yo llegamos hasta donde empezaba lo mas estrecho del callejón, y allí avisamos con las linternas al resto. Sabíamos que venían por el ruido, porque no se veía nada allí dentro. Poco a poco unas sombras iban llegando hasta nosotros cuando Antonio empezó a decir en voz baja pero como queriendo gritar: "Quietos, quietos, viene algo, aquí hay algo".

    Había un sonido raro en el fondo, había algo respirando. Estaba el lobo allí esperando para comernos a todos, pero ya no podíamos movernos. Antonio encendió la linterna y poco a poco la fue apuntando a la otra salida, no había nada, no se veía nada.

    El resto del grupo llegó hasta nosotros y ahora si que había llegado la hora del dolor, uno a uno, el lobo se come al primero y al resto le da tiempo escapar.

    Antonio me dió la mano, como despidiéndose y avanzó en silencio. La oscuridad se lo tragó. Cuando calculé que estaba a un metro de mí avancé yo y así lo hicimos todos. Podía escuchar a Antonio avanzar delante y a Pepe Luis detrás de mientras me iba rozando con la pared sintiendo como las telarañas se iban pegando en mi ropa y en mi cabeza.

    De pronto tropece con Antonio, se había quedado quieto y me tapo la boca con su mano. El sonido de antes, la respiración entrecortada. Y cerca, pero cerca de cagarse de miedo. Se escuchaba moverse, como unos pasos, aquello no era humano. El grupo estaba pegado a la pared con las linternas apagadas y casi sin respirar. El miedo se podía cortar.

    El ruido cesó y Antonio dio un paso, yo di otro, Pepe Luis otro y así, como una oruga fuímos avanzando poco a poco.

    No quedaba nada, ahora ya podíamos ver la salida a pocos metros. De pronto se escuchó el lobo. Estaba allí, a la salida, espectante, esperándonos, ya además estaba gruñendo, sabía que íbamos a por él. Un lobo, negro como la misma noche, seguía gruñendo dispuesto a atacar.

    Ya no había marcha atrás, había que llegar hasta el final, Antonio cogió su escopeta y apuntando al frente siguió, yo detrás agarrado a su chaleco para no perderme.

    Un metro para salir, un gruñido mas. Y de pronto, un nuevo ruído. Allí había algo mas que un lobo, había algo grande, muy grande, mas grande que nosotros. Y no se veía nada. Aquello grande estaba junto al lobo, los que estaban detrás estaban pegados a la pared sin mover un pelo, Antonio me tiraba del brazo preguntando que hacer.

    Había que morir, la historia no la escriben los cobardes.

    Antonio, arma en mano, pegó una voz. Bueno, mas bien chilló para asustar al lobo y a lo "otro" y salió a correr, y tras él salimos todos.

    Al llegar al final el lobo se puso a ladrar como un condenado y lo "otro" empezó a rebuznar presa del pánico ya que maniatado no podía escapar de semajantes gañanes que irrumpieron en la paz de la noche.

    El lobo era un pastor alemán que tenía un tal Jamiro, vigilante de las marismas. Y lo "otro", era un burro amarrado que estaba allí tranquilamente pastando.

    Cagarse de miedo, lo que es cagarse de miedo. Para luego reirnos.

    No obstante, el callejón del lobo merecía nuestros respetos y no recuerdo yo que lo atravesáramos otra vez.

    La bronca que nos pegaron nuestras madres al llegar con la ropa llena de telarañas y musgo ya queda para otra noche, que también da para algo de terror.

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