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  1. UN CUENTO DE NAVIDAD

    12 diciembre 2016


    Ahora que llegan estas fechas navideñas toca intentar ser un poco mejor. Por si ya uno no lo fuera durante todo el año, ahora hay que poner un poco más de empeño y sacar ese extra que todos llevamos dentro.

    A los que trabajamos en el comercio, sacar ese extra, a sabiendas de que a veces el pago es un poco injusto, la balanza está cada vez más desequilibrada y nos vemos saturados en muchas ocasiones porque hay muchos clientes para tan poco personal es pedir demasiado.
    Y es justo en esas ocasiones cuando hay que sacar ese plus para demostrar a todos que nada va a poder tumbarnos, que la situación está controlada y que aunque vivamos de los clientes, allí el verdadero protagonista es el que está detrás de la caja, poniendo una cara amable y regalando una sonrisa, aunque a veces cueste dibujarla.

    Yo, en la pequeña parte que me toca, intento siempre esmerarme y ser un poco mejor. Aunque mis compañeros dicen que yo hablo demasiado y a veces me esmero en demasía. Cuando puedo intento envolver el regalo de una forma un poco más especial, darle un pequeño toque que lo haga diferente. 
    Hay veces que el cliente lo agradece, hay otras veces que el cliente o no puede o no quiere esperar dos minutos más y hay otras veces en las que el destino te devuelve el regalo con creces.

    Una tarde de Navidad, inmerso en el jaleo de público y prisas, andaba yo atendiendo a un matrimonio con un pequeño que había pedido a Los Reyes una bicicleta. El primer error de los padres fue venir con el niño, pero querían estar seguros de que el tamaño se ajustaba a su altura y el peque probó la bicicleta. Imaginad a un niño, a pocos días de reyes probando lo que había pedido en su carta a los magos de oriente. Imaginad la cara del niño cuando tuvo que bajarse y comprobar que la bicicleta se quedaba allí y que él tenía que irse a casa igual que había venido. Tú cuéntale a un niño la historia de que los Reyes la traen, que faltan pocos días…
    Que no, que el crío dijo que no se iba sin la bicicleta. Y los padres con cara mustia y el crío a punto de una pataleta de las gordas. Aquí es cuando entra en juego lo que os contaba al principio de sacar un poco más, ese poco que hace que nuestro oficio tenga un sentido especial en estas fechas.
    Viendo que el niño no se quería marchar, viendo que los padres ya estaban hablando más alto de la cuenta y notando que mi sonrisa ya se estaba arrugando observando la típica escena navideña me acerqué al pequeño y le dije con un tono amable:

    - No te puedes llevar la bicicleta, la tengo que apartar y ponerla junto al resto de tus regalos para que la lleven a casa la noche de reyes.

    El niño me miró con cara rara, como viendo a otro que le iba a embaucar para no llevarse su bici a casa. Así que ya puestos, y viendo que no estaba dispuesto a ceder y sin dejarle hablar le dije de nuevo:

    - Nosotros en realidad no somos vendedores, somos los ayudantes de los Reyes Magos. Ven conmigo, te voy a enseñar algo que ningún niño debería ver.

    Los padres ni sabían que iba a hacer, pero accedieron a que su hijo me acompañase. Lo llevé a la entrada del almacén donde tenemos los apartados de Navidad y Reyes. Allí había un montón de bicicletas, patinetes, bolsas y regalos empaquetados.
    El peque no pudo abrir la boca, lo que si abrió fueron sus ojos, los tenía como platos mirando todo lo que había allí dentro. Y me preguntó si daba tiempo en toda una noche repartir tantos regalos. Yo le expliqué que parte de nuestro trabajo era ayudar a organizar el trabajo a los Reyes para que les diera tiempo, que el día 5 por la noche nos quedábamos hasta muy tarde trabajando para que todos los regalos estuvieran en todas las casas a tiempo.

    La cara de los padres ya era otra cuando regresamos al departamento, la madre sonreía de forma distinta y el padre me dio las gracias de mientras el niño contaba exaltado lo que había visto. Pero había que terminar de una forma especial, así que me dirigí de nuevo al peque y le dije:

    - Ahora, para que no haya ningún problema, vamos a escribir tu nombre en un papel y lo vamos a poner en la bicicleta, así los Reyes no se equivocarán.

    Y dicho y hecho, apuntó en un papel su nombre para ponerlo luego en la bicicleta. Y la madre se llevó al niño de mientras el padre se quedaba haciendo la operación, por supuesto, con el papelito que había escrito el niño.

    Al día siguiente, de mientras preparaba el envío de la bicicleta, me paré un minuto para escribir en el ordenador, con letra bonita, una nota que decía:

    "Queridos Reyes Magos:
    Esta bicicleta es para Alejandro."

    Y la pegué en el manillar de la bicicleta y la empaqueté en su caja. Y hasta aquí la historia. Mi regalo llegó bastantes días después.

    Pasada ya la Navidad, yo andaba una tarde sumergido en mis tareas inmerso en la vorágine de clientes de los primeros días de rebajas, cuando de repente un niño se me acercó con un sonriente “hola”. 

    Lo reconocí al instante, era Alejandro, venía con su padre. Traía en sus manos la nota que dejé en la bicicleta para devolvérmela. Se me puso el vello de punta, a punto estuvieron las lágrimas de brotar de mis ojos. Y le dije que la nota era para él, para que recordara siempre que los Reyes Magos existen.


    Hay veces que el destino nos devuelve con creces y de forma inmaterial un gesto sin importancia. Son esas veces las que guardo, esas veces son las que me ayudan a seguir sonriendo.


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